Proponemos renunciar a una lectura basada en la «naturaleza» de los movimientos, en ves proponemis de reflexionar sobre la dinámica de los mismos. Lo que nos interesa es la manera en la cual un movimiento es capaz de lanzar ataques contra el capital y el trabajo, las categorías que dividen al proletariado, y también de llevar, a traves de la lucha, otra relación social que avance hacia el comunismo. En todos sus ataques, el movimiento se encuentra con el Estado. Pero lo que limita los movimientos no se encuentra únicamente fuera de ellos. Hay dinámicas dendro de los movimientos que llevan en la lucha misma las divisiones del proletariado, la perpetuación de la relación social capitalista y que, en última instancia, nos traen de vuelta al Estado. Por lo tanto, pensar los movimientos en términos de dinámica supone reconocer que hay varios polos que se enfrentan dentro de la propia lucha. Todo movimiento revolucionario es una lucha dentro de la lucha.
Una lucha por la destrucción de la relación social capitalista contra todas las dinámicas que pretenden contener el movimiento y orientarlo hacia la reforma para la renovación del orden existente. Hay momentos en los movimientos en los que uno de los polos toma la delantera. Cuando la dinámica está del lado de la extensión de la destrucción de la relación social capitalista, es un momento de superación. Momento de superación en el sentido de que el movimiento se supera a sí mismo, a partir de sus condiciones iniciales, pero también superación de las personas que lo componen, que se ven transformadas por la lucha. Todos lo hemos experimentado: no nacimos revolucionarios. Son las luchas las que nos han transformado, tanto como experiencia directa como por la necesidad de reapropiarnos del hilo histórico y la teoría revolucionaria que se ha elaborado en ellas.
Los movimientos nunca son puramente revolucionarios, siempre están atravesados por tendencias reformistas y nacionalistas… Del mismo modo, nuestros movimientos siempre se enfrentan a ideólogos de la revolución política, ya sean de derecha o de izquierda. Estos últimos a veces abogan hasta la insurrección, pero solo para provocar un cambio de régimen del cual se pondrían al frente. Por el contrario, para nosotros la insurrección es un momento que debe conducir a la revolución social. Si bien es útil producir contenidos para contrarrestar estas ideologías, nunca será suficiente. Se trata también, y sobre todo, de atacar las bases materiales en las que se fundamentan: la política, el trabajo, las naciones, la familia, las religiones, etc. En los movimientos de lucha intensa, en los levantamientos, solo hay dos lados de la barricada: el que defiende el mantenimiento del orden existente y el que defiende la extensión de la fuerza del movimiento hacia la revolución. Luchar por la extensión del movimiento exige elegir el partido de la clase en lucha, construyendo un «nosotros» en la lucha, contra todas las divisiones previamente establecidas.
¿Y el sujeto revolucionario?
No tenemos una concepción sociológica de la clase, no hay un sujeto «sociológico» más revolucionario a priori que otro, aunque es evidente que un levantamiento solo puede provenir de la clase explotada. La clase se constituye como tal en el propio movimiento. No concebimos la clase como una identidad que defender en esta sociedad, sino como la clase en lucha. La clase se constituye como fuerza a través de una lucha dentro de la lucha, es una trayectoria que se gana en el movimiento.
Participar en esta afirmación como clase, en la lucha, pasa por la defensa y el desarrollo tanto de la autonomía como de la hegemonía proletarias, es decir, por la puesta en marcha de prácticas revolucionarias que acogen mas y mas personas y que constituyen una fuerza capaz de derrotar la relación social capitalista. Es un momento en el que la relación de fuerzas en la lucha de clases hace que el movimiento logre reproducirse cada vez más por sí mismo y llegue a derrocar la hegemonía de la relación social capitalista. Se trata de un proceso en el que los proletarios involucrados en la lucha tienden a actuar no solo a fuera de los marcos que se les imponen, sino también abiertamente en contra de ellos. Esto significa que las posiciones proletarias (de ruptura, de extensión, etc.) y las prácticas revolucionarias tienden a generalizarse en el movimiento de lucha, contra la hegemonía de las posiciones demócratas y estatistas, que siempre preparan la derrota. Una situación insurreccional proletaria no es más que el clímax de este proceso.
¿Y la conciencia de clase?
Concebimos la conciencia de clase como un producto de la lucha, en oposición a cualquier concepción idealista de la conciencia. Para los idealistas, la conciencia es un estado del Ser que los explotados deben alcanzar antes de poder hacer la revolución. De ahí el énfasis en la educación por parte de los pedagogos anarquistas o los anarcosindicalistas, por ejemplo. Entre los marxistas-leninistas, se hace hincapié en el catecismo impartido por el Partido.
La conciencia es, en realidad, la actividad de la clase en lucha en la medida en que apunta en participar en la elucidación del enigma que es la revolución. La conciencia no es un estado, sino una práctica; no es algo que se sabe, sino algo que se hace. Concretamente, son todos esos momentos en las luchas en las rotondas, en las asambleas de lucha, en el corazón de las manifestaciones o de las ocupaciones, donde los insurgentes tratan de comprender cuáles son las fuerzas presentes, hacia dónde ir, qué prácticas iniciar o a cuáles sumarse, qué tácticas poner en marcha, qué espacios de autoorganización crear y qué hacer en ellos. También participan de todas las actividades prácticas de elaboración colectiva, como los balances de las luchas, su intercambio, su difusión y su discusión dentro de la clase. La conciencia de este contenido, que conlleva la extensión e intensificación de la lucha más allá de los límites de la empresa, del barrio, de la ciudad, del país, de los continentes, hasta la abolición de la sociedad de clases, se adquiere en la lucha, incluso mediante la reapropiación de las luchas pasadas, fenómeno que sigue siendo más marginal en períodos de paz social.
La teoría revolucionaria no es más que esta participación en la conversación mundial sobre la revolución, tanto entre las luchas contemporáneas como con las luchas del pasado (en las que se piensa precisamente en los momentos de lucha actuales). En otras palabras, la teoría revolucionaria es la lucha que se piensa por sí misma a partir de sus propias experiencias, pasadas y presentes.
La revolución se presenta como un enigma en nuestros movimientos y la expansión de la fuerza del movimiento plantea cuestiones estratégicas: ¿Por qué atacar tal otro edificio? ¿Por qué ocupar tal otro y para qué? ¿Dónde encontrar comida para todos? ¿Cómo atender a los heridos? ¿Qué hacer una vez que se agoten las reservas y se redistribuyan los saqueos? ¿Cómo contrarrestar las prácticas y los discursos que quieren traernos de vuelta al orden existente, hacernos volver al trabajo, etc.? La forma en que un movimiento es capaz por sí mismo de abordar estas cuestiones es fundamental para nosotros. En efecto, frente a cualquier dinámica de control y dirección, la autonomía de nuestras luchas es la única perspectiva que puede conducir a una revolución efectiva. Pero la autonomía de la lucha no es el fin del movimiento, es el medio para no estar condenado a perder. Entonces, ¿cómo ganar ?